Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer
Original Web

Amar a nuestro prójimo durante un confinamiento nacional

Del número de julio de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 11 de mayo de 2020 como original para la Web.


Cada mañana, considera decirte a ti mismo lo siguiente: “... Yo soy capaz de impartir verdad, salud y felicidad, y ésta es mi roca de salvación y la razón de mi existencia”. 

Esto es lo que Mary Baker Eddy brindó como “respuesta científica” a la pregunta “¿Qué soy yo?” Ella alentaba a los miembros de su iglesia a reconocer la tendencia innata que tenían a hacer el bien y ayudar a los demás porque, escribió: “…la bondad identifica al hombre con el bien universal” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 165).

Seamos miembros de la iglesia o no, todos podemos fomentar esta verdad inherente a nuestra “razón de existir”, especialmente cuando las exigencias del momento nos hacen estar “aislados”, “distanciados socialmente” y “confinados en nuestras casas”. Cuando la alegría natural de la interacción humana es restringida debido a la prioridad colectiva de mantenernos separados por nuestra propia seguridad, puede ser un desafío determinar cómo debemos amar de la mejor manera a nuestro prójimo como a nosotros mismos, como Jesús nos instó a hacer.

Ser un buen ciudadano —al cooperar con las autoridades que se están esforzando por mantener a la gente lo más segura posible— es amar a nuestro prójimo. Podemos hacerlo sin protestar. Pero debemos ir más allá de la mera conformidad. Es esencial no ser atraídos por la confusión mental y los temores que tienden a acelerar la diseminación de la enfermedad. La Ciencia Cristiana reconoce que tanto la salud como la enfermedad expresan estados de consciencia que se manifiestan en el cuerpo. La salud es más que la ausencia de enfermedad. Es una cualidad que reflejamos de Dios y es inherente a todos nosotros por ser Su creación espiritual. Esto se hace más evidente cuando comprendemos y cedemos a la consciencia de Dios como nuestra Mente divina, la única Mente infinita de todos nosotros. En cambio, la mentalidad material y limitada, o mente mortal, que comúnmente pero incorrectamente aceptamos como nuestra mente —la cual ve la existencia como un ciclo continuo de vulnerabilidad y mortalidad materiales— a menudo se expresa como enfermedad. 

En la perspectiva espiritual sobre la salud y la enfermedad que brinda la Ciencia Cristiana, se considera que el temor al contagio, tanto individual como colectivo, son su causa principal. Esto no quiere decir que simplemente necesitamos mantenernos tranquilos humanamente a pesar de nuestras preocupaciones. Significa que podemos elevarnos por encima de esos temores desafiando con persistencia la creencia que sustenta esos temores; es decir, que la materia es lo único y lo fundamental. En realidad, cada uno de nosotros es la expresión espiritual del Amor divino que es Dios. Como reflejos de este Amor infinitamente libre de temor, y verdaderamente gobernados por él, hallamos que somos inmunes al temor. Nuestra individualidad espiritual verdadera —por siempre unida a nuestra Mente divina— se apoya con confianza en el hecho de que la Mente infinita mantiene perpetuamente nuestra armonía y salud.  

Esta idea verdadera de nuestra unidad con Dios es el Cristo eterno. Como explica el libro de la Sra. Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, el Cristo es el mensaje de Dios que le habla incesantemente a la consciencia humana (véase pág. 332). La vida y las palabras de Cristo Jesús ejemplificaron esto, y sus curaciones probaron el poder del Cristo para disipar el cuadro material de enfermedad y reafirmar la verdad de la armonía que Dios nos da y sostiene.

Tuve la necesidad de escuchar este mensaje del Cristo en un vuelo transatlántico, poco después de que el coronavirus empezara a captar la atención. La mujer que estaba sentada junto a mí comenzó a toser, estornudar y sonarse asiduamente la nariz. En ese momento, conforme a lo que los expertos decían, era muy probable que ella no hubiera tenido el coronavirus. Sin embargo, las noticias estaban tan centradas en el contagio, que aumentaron mi aprensión de ser susceptible a contraer lo que fuera que ella parecía tener.

Al principio, me preocupé por mi salud. Basándome en todo lo que había aprendido sobre cómo sana la Mente, Dios, oré para ver más allá de mi temor a la proximidad de mi vecina de asiento, mediante la comprensión de que el temor y el linaje espiritual de Dios se excluyen mutuamente. 

Cuando traté de hacer esto, mi enfoque cambió. Me sentí impulsado a ampliar el alcance de mi cuidado para abrazar en mi oración a los otros pasajeros. El Cristo revela que el temor es nulo e irreal ante la luz de la totalidad de Dios, y me di cuenta de que el Cristo comunica esta verdad imparcialmente a todo el mundo. Todos tenemos el derecho divino, y la capacidad inherente, de sentir que la omnipresencia de Dios, por ser la Verdad y el Amor divinos, es un antídoto contra la dolencia mental que Ciencia y Salud llama la “atmósfera de la mente mortal” (pág. 273). Entendí que debía aceptar que todo el mundo podía sentir y responder a esta presencia sanadora.

En ese momento, me di cuenta de que me liberaba de la opresiva sensación de que estábamos en un espacio reducido que amenazaba nuestro bienestar. Tuve la claridad espiritual de que, en realidad, jamás estamos atrapados en un ambiente material perjudicial. Estamos completamente envueltos en el constante e ilimitado abrazo de la bondad infinita de Dios, en la cual coexistimos unos con otros, igualmente bendecidos por Dios y bendiciéndonos unos a otros. Fue entonces que la aparente atmósfera tensa del avión dio lugar a una paz y una calma muy evidentes. Mi vecina más cercana dejó de mostrar esos síntomas, y en las semanas que siguieron, yo tampoco experimenté ninguno de ellos.

Esta sensación de seguridad en el abrazo de Dios está siempre a nuestro alcance para que cualquiera esté consciente del mismo. Podemos escuchar atentamente, oír y ceder a la comunicación por siempre dulce del Cristo que nos habla de la universalidad y omnipresencia de Dios. Al hacerlo, amamos a nuestro prójimo de la manera en que la Sra. Eddy instó a los estudiantes de esta Ciencia del Cristo que lo hicieran. Ella dijo: “En épocas de enfermedades contagiosas, los Científicos Cristianos se esfuerzan por elevar su consciencia al verdadero sentido de la omnipotencia de la Vida, la Verdad y el Amor, y la comprensión de esta gran realidad en la Ciencia Cristiana pondrá fin al contagio” (Miscelánea, pág. 116).

Cumplir con nuestra “razón de existir” —nuestra capacidad para impartir verdad, salud y felicidad mediante una oración activa y dedicada— es sumamente necesario en un mundo en el cual interactuar con los demás de un modo afectuoso se percibe como una amenaza potencial para el individuo y la sociedad. Tenemos a diario la oportunidad de ver a nuestro prójimo a salvo en la realidad del Espíritu y receptivos al Cristo que nos está comunicando a todos que coexistimos en la Mente divina. A medida que lo hagamos, estaremos reflejando el ilimitado y bendito amor de Dios los unos a los otros.

Tony Lobl
Redactor Adjunto

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / julio de 2020

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.