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Artículo de portada

Agradecida por la ayuda de Dios

Del número de marzo de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en alemán


Cuando tenía poco más de veinte años, de pronto enfermé de fiebre del heno. Durante mi niñez, rara vez había estado enferma, de modo que enfrentar de golpe una alergia era una experiencia nueva para mí. Durante varios años, había asistido a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, donde aprendí mucho acerca de Dios y mi verdadero ser como hija de Dios. Me encantaba lo que estaba aprendiendo, así que cuando tuve esa condición, decidí apoyarme en la oración para sanar. La siguiente frase de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy fue la base de mi oración: “Sólo hay una única causa primaria. Por lo tanto, no puede haber efecto de ninguna otra causa, y no puede haber realidad en nada que no proceda de esta causa grande y única” (pág. 207). Yo sabía que Dios es la única causa y creador, y que, por lo tanto, nada tiene poder para impresionarme, influenciarme o enfermarme. Me aferré firmemente a esta verdad, ahondé más profundo en mi estudio de la Ciencia Cristiana, y me desenvolví como miembro activo de una filial de la Iglesia de Cristo, Científico. Ya no me sentía preocupada por la condición, y un día me di cuenta de que estaba libre. Esta curación ocurrió hace muchos años, y nunca más volví a sufrir de alergias. Quiero agregar que jamás tomé ningún medicamento para aliviar los síntomas.

Una segunda curación que significó mucho para mí tuvo lugar en 1990, cuando era Primera Lectora de mi iglesia filial. Un domingo por la mañana cuando me desperté descubrí que no tenía voz. Era muy tarde para pedir que un sustituto condujera el servicio religioso en mi lugar, pero yo sabía que Dios se haría cargo de Su servicio de adoración. Dios era quien estaba gobernando. Él cuidaría, no yo, de cada aspecto del culto, y todo lo que Dios hace es perfecto. Dios es el bien, la única causa, y Él no crea nada opuesto a Él Mismo. Por lo tanto, esa condición no era real ni verdadera porque Dios no la había creado. Manteniendo firme estos pensamientos, manejé hasta la iglesia llena de expectativa del bien. Para cuando subí al podio para saludar a la congregación y anunciar el primer himno, mi voz había regresado aunque todavía estaba un poco temblorosa. Sin embargo, pude leer la Lección-Sermón con una voz fuerte y clara. En silencio me dije a mí misma: “Muchas gracias, Dios mío, por Tu presencia y apoyo”. Otra bendición de esta experiencia es que desde entonces, no he sufrido de ningún resfrío.

Estoy profundamente agradecida a nuestro Padre Madre Dios por Su amor y por Su preciado regalo: la Ciencia Cristiana.

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