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No quedaron cicatrices

Del número de febrero de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en portugués


En 2009, una semana antes de Navidad, estaba de visita en la casa de un amigo, cuando decidimos hacer una cobertura para un pastel que su mamá había preparado. Sugerí que hiciéramos dulce de leche. Yo tengo una receta rápida y deliciosa de Brasil. Todo lo que teníamos que hacer era hervir una lata de leche condensada en una olla a presión por un rato, y luego dejar que la lata se enfriara antes de abrirla. Cuando terminó el tiempo de cocción, puse la lata de leche condensada en la nevera para que se enfriara más rápido. 

Sin embargo, en medio de la charla y las risas, saqué la lata de la nevera para ver si se había enfriado lo suficiente y, sin pensar mucho en ello, abrí la lata antes de tiempo. La leche condensada caliente me salpicó toda la cara.

Inmediatamente pensé en Dios y en Su cuidado por todos Sus hijos. Me lavé la cara con agua y salí afuera, al patio de la casa. Mi amigo estaba muy asustado y ofreció llevarme a una farmacia para que pudiera conseguir alguna medicina, pero le pedí que simplemente me llevara a mi casa. 

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