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En 1975 me enfermé de los bronquios.

Del número de abril de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En 1975 me enfermé de los bronquios. Llamé a una practicista de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), y ella me ayudó a comprender algo de mi perfección como imagen y semejanza de Dios. A los pocos días pude respirar normalmente y atender a los quehaceres de rutina del hogar. Pero varias semanas más tarde tuve otro ataque. Me comuniqué otra vez con la practicista, y ambas oramos. Después de unos días estaba bien. Sin embargo, los ataques continuaron y eran más frecuentes, más intensos y duraban períodos más largos.

Tuve otro ataque que parecía muy severo. Lo único que pude pensar fue en la palabra “Dios”. La practicista vino varias veces a nuestra casa, y estaba en constante comunicación conmigo por teléfono. Puesto que me era casi imposible hablar, ella me daba un sinnúmero de mensajes afectuosos y sanadores de la verdad, explicándome la relación entre Dios y Su idea, el hombre. También me indicó que leyera dos artículos de las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana, los cuales me ayudaron a darme cuenta de la necesidad de comprender que yo no estaba envuelta en una lucha entre el Espíritu y la materia, porque Dios, el bien, es omnipotente. Al principio me fue difícil comprender este hecho, pues yo había tenido una gran lucha mental con la tentación de darme por vencida y morir (la sugerencia errónea de que podemos más fácilmente resolver los problemas de hoy en “el más allá”). Sin embargo, persistí en quedarme en el único lugar que existe — el lugar al lado de la Verdad, Dios — y declaré que permanecería con Dios, a pesar de lo que pareciera que estaba ocurriendo físicamente.

Al cabo de un tiempo la situación parecía tan sombría que sentí que no tenía fuerza suficiente para continuar. Se llamó a la practicista. Cuando ella percibió que yo me sentía sin esperanza, vino a casa inmediatamente. No sé cuánto tiempo pasó orando al lado de mi cama esa noche, porque me quedé dormida. Pero sí sé que eso fue el comienzo de la curación. Al día siguiente fui admitida en un sanatorio para Científicos Cristianos. Esto permitió que mis dos hijas, que eran estudiantes universitarias, y mi esposo pudieran continuar normalmente sus actividades, pues me habían estado cuidando y haciendo el trabajo de la casa durante muchas semanas, además de atender a la universidad y a sus otros trabajos. Cuatro días después volví a casa y estaba perfectamente bien. Los ataques jamás se repitieron.

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