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Lo que quiere el corazón

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 2 de septiembre de 2024


“El corazón quiere lo que quiere”, le escribió una vez la poetisa Emily Dickinson a un amigo. Es posible que no siempre queramos lo que sabemos que deberíamos querer o que podamos explicar por qué queremos lo que queremos. Simplemente lo hacemos. Muchos creen que si nos enfocamos lo suficiente en nuestros deseos y vivimos como si ya los tuviéramos, el universo nos los dará. Como dijo un video viral: “El secreto es asumirlo y creerlo antes de que aparezcan las pruebas concretas”.

Sin embargo, como seguidores de Jesús, los Científicos Cristianos entienden que el bien no proviene de algún tipo de poder genérico considerado como “el universo”. Dios, la única causa y creador, es la fuente de todo el bien. Entonces, si parece que nos falta algo bueno, ¿conseguirlo es sólo cuestión de pedirle a Dios que lo haga y creer lo suficiente en que lo recibiremos? Después de todo, Jesús prometió: “Todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 21:22).

El libro de Santiago añade una advertencia a la promesa de Jesús. El escritor explica: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (4:3). Un ejemplo de la vida de Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, arroja luz sobre esta advertencia. Uno de sus primeros alumnos relata: “Un día [...] ella estaba leyendo una carta; al levantar la vista, me llamó y me dijo en esencia: ‘¿Cómo demuestran el dinero y los muebles?’” Es decir, ¿cómo oraría uno para que Dios proveyera esas cosas? El estudiante respondió: “No lo sé, a mí no me enseñaron eso”. La Sra. Eddy respondió: “Gracias a Dios que no te enseñaron. Demostramos Vida, Verdad y Amor, y ellos nos dan nuestros suministros; no demostramos cosas materiales” (We Knew Mary Baker Eddy, Expanded Version, Vol. 1, p. 465).

A veces, nuestras oraciones por nuestras necesidades humanas pueden parecer completamente razonables. Ciertamente, no hay nada de malo en tener muebles. ¡La mayoría de nosotros preferimos no sentarnos en el suelo!

El problema viene cuando tratamos de decirle a Dios lo que nos hará felices. Dios, el Espíritu, no nos creó —y por lo tanto no nos ve— como seres materiales a quienes hacer felices dándole riquezas materiales. Por lo tanto, estamos pidiendo “mal” cuando oramos por algo para cumplir con nuestros propios propósitos —ya sean altruistas o egocéntricos— o para gratificar un sentido de derecho o deseo. Podemos esforzarnos tanto como queramos por decirle a Dios que, realmente, Él quiere que seamos felices con las posesiones materiales y el éxito. Pero la felicidad que el Espíritu divino provee eternamente jamás puede ser, ni será, material. Siempre será espiritual y, por lo tanto, real y permanente.

Para ser eficaz, la oración debe centrarse en Dios, no en “mí”. Por supuesto, Dios satisface nuestras necesidades prácticas. La Biblia nos dice que Dios nos ama, y Lo hace. Pero nuestras necesidades son satisfechas a medida que crecemos en nuestro amor tanto por Dios como por el hombre y actuamos conforme a ese amor. 

Mi esposo tuvo una experiencia en la que no podía decir cómo se satisfaría una necesidad financiera en particular. La tentación de tener miedo era bastante fuerte. Pero en lugar de decirle a Dios cuánto dinero necesitaba, humildemente le preguntó a Dios qué hacer. Su oración fue contestada con la palabra Perdona. Entendió que esto significaba que debía perdonar un préstamo que le había hecho a un amigo, aunque necesitaba desesperadamente esos fondos. Pero también comprendió que tenía que dejar de tener resentimiento —debía perdonar— al amigo por negarse a pagar el préstamo. Así lo hizo. Su teléfono sonó de inmediato y le ofrecieron un trabajo rápido que satisfaría exactamente su necesidad financiera. Su historia apareció en el Christian Science Sentinel. (Véase Douglas Sytsma, “Financial needs fulfilled”, Sentinel, May 12, 2014.) 

El secreto es genuinamente querer dejar lo material por lo espiritual. En algún nivel, cada corazón anhela cosas espirituales. Pero no todos los corazones están dispuestos a hacer la voluntad de Dios, si eso significa renunciar a algún objetivo o bien humano; renunciar a la búsqueda de la felicidad en la materia para empezar a encontrar todo el bien en el Espíritu. ¿Cómo dejamos de querer hacer nuestra propia voluntad y empezamos a querer hacer la de Dios?

En su capítulo “La oración” en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy escribe: “El deseo es oración; y ninguna pérdida puede ocurrir por confiar a Dios nuestros deseos, para que puedan ser moldeados y exaltados antes de que tomen forma en palabras y en obras” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 1). Al menos querer hacer solo la voluntad de Dios es un buen comienzo. Si estamos dispuestos a dejar que Él purifique y eleve nuestros deseos a metas y logros más espirituales, veremos que nuestros deseos cambian de una base material a una base espiritual. 

Más adelante en el mismo capítulo, leemos que una de las pruebas de toda oración es: “¿Amamos mejor a nuestro prójimo debido a este ruego?” (pág. 9). Sabemos que nuestra oración sincera ha sido contestada cuando encontramos que el egoísmo y el sensualismo se desvanecen, y nos encontramos amando mejor a nuestro prójimo.

La oración de ser semejante a Dios, de hacer Su voluntad, de servir a nuestro prójimo de la manera que Él indica, siempre es contestada, con un sentido más claro de Su amorosa voluntad y todo lo que necesitamos humanamente para sostenernos en hacer esa voluntad. Cuando nuestro corazón realmente quiere comprender y hacer la voluntad de Dios, nuestro corazón obtiene lo que quiere el 100 por ciento de las veces. ¡Ese es un resultado por el que vale la pena orar!

Lisa Rennie Sytsma, Redactora Adjunta

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