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Sometiéndose al destino

Del número de agosto de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La historia de Jonás habla del gran amor de Dios para con nosotros, y de que inevitablemente debemos ceder a la tierna fuerza que todo lo sana, el Amor divino. Más que la anécdota de Jonás y la ballena, este libro de la Biblia abre el corazón y la mente a la gloria del Principio divino, el Amor, que todo lo sostiene y todo lo abarca.

Jonás fue elegido por Dios para salvar al viejo enemigo de Israel, Nínive, predicando allí el arrepentimiento. Pero pensó que le habría agradado más lo opuesto, ver descender la venganza y la destrucción sobre la ciudad. Sin embargo, todo esfuerzo por anticiparse al plan de Dios le falló. Finalmente predicó, y la ciudad se arrepintió. Después se alejó de las multitudes para observar a corta distancia y ver si tal vez la ciudad aún podría ser destruida por sus pecados.

Mientras tanto, Dios había provisto una calabacera para que le diera sombra. Jonás se encariñó con esta calabacera, pero Dios envió un gusano para destruirla — según dice la historia — y el pesar de Jonás, combinado con los desagradables efectos del sol, lo hicieron desear la muerte. Entonces vino el mensaje de Dios: “Tuviste tú lástima de la calabacera, en la cual no trabajaste... ¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda... ? ” Jonás 4:10, 11.

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