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Para sanar, eche el peso en el platillo correcto de la balanza

Del número de febrero de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando yo era niña, mi papá fue trasladado a una pequeña ciudad de un lejano estado. Primero, viajó toda la familia, y, luego, mi papá regresó para finalizar la mudanza. Durante su ausencia, repentinamente me puse muy enferma. En muy corto tiempo, me vino una fiebre muy alta, y no pude mover las piernas normalmente.

A pesar de que en esa época mi mamá ya estaba interesada en la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), en esa oportunidad no se le ocurrió confiar en ésta para la curación. De manera que, allí estaba, en un lugar extraño, sin conocer a nadie, sin teléfono ni medios de transporte, y con una criatura gravemente enferma.

Llena de pánico, corrió a una casa cercana para pedir ayuda. Allí se enteró de que el único médico de esa comunidad se hallaba en el pueblo vecino visitando a otro enfermo. Le aseguraron que vendría lo más pronto posible. La casa vecina donde ella usó el teléfono era una residencia para varias familias, y dos señoras que vivían allí con todo amor la acompañaron de vuelta a casa para brindarle apoyo, puesto que la vieron tan atemorizada.

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